"Siempre que uno visita un restaurante por primera vez, son muchas las expectativas que despierta y uno tiende a ser excesivamente exigente. Pero si nos limitamos a expresar en palabras las sensaciones que tuvimos al final de la comida, diría que el restaurante Figón El Baco resultó ser una grata experiencia culinaria, y, aunque es verdad que el cochinillo estaba algo pasado para mi gusto, debo decir que en general comimos bien. El restaurante visto desde fuera promete. Su fachada pintada en color granate está muy cuidada, en los bajos de una casita de dos plantas muy acogedora, y en un barrio muy céntrico pero barrio de toda la vida, con sus colonias de pisos de los cincuenta/sesenta y sus jardines bien cuidados. Una vez atraviesas la puerta, la impresión de estar en un sitio agradable lo inunda todo aunque, es verdad, que uno tiene esa sensación de entrar en un lugar aséptico, no por la limpieza extrema, que también y se agradece, sino por la falta de emoción que se percibe. Y es que los sentidos son muy traicioneros y cuando no se les alimenta como es debido, se vuelven en contra; y es que en este restaurante, asador segoviano, no huele a nada. ¡Algo extraño para aun asador! ¿Comida ya hecha que se sirve pre-calentada? ¡Mal empezamos! Nos sentaron en una mesa amplia, algo que agradecimos y más cuando te das cuenta de que el restaurante estaba vacío y siguió vacío durante toda la velada. A penas cuatro mesas, eso sí, una de seis comensales, la nuestra de tres y dos más de dos. Luego vinieron a tomarnos nota de las bebidas, sin ofrecernos previamente a carta de vinos, que tuvimos que pedir. El vino lo sirvieron ya abierto, y aunque en la cata previa se notaba la acidez de un mal vino, no íbamos a empezar devolviéndolo. No sé, un vino Ribera del Duero, tan representativo como un Pesquera, crianza 2016, no se sirve abierto, que parece que alguien lo devolvió por malo y había que darle salida como fuese. Así que seguimos con ese mal comienzo, y mucho más cuando vimos que la camarera sirvió el vino apoyando la botella sobre la copa. Pero a partir de ahí, todo cambió. Vino el metre a recordarnos que teníamos un cuarto de cochinillo con cabeza reservado (no sé donde se quedó la cabeza porque a nosotros nos sirvieron una parte muy pequeñita de la misma a costa, eso sí, de reducir la parte de las costillas). Primero unos aperitivos, invitación de la casa, una chistorra bien frita, sabrosa y de buen sabor, y unas empanadillas congeladas. De primero, una matanza muy rica. Tanto el picadillo, como la morcilla, el chorizo y la panceta resultaron exquisitos. Lo mismo con las alcachofas con parmesano y las croquetas, todo buenísimo. Después llegaron el cochinillo asado y las chuletitas de lechal. El primero, como bien dije antes, algo pasado pero con abundante salsa, una piel bien crujiente y unas patatas escasas pero bien asadas, lo comimos con gusto. De postre, un ponche segoviano al gusto. Y digo al gusto porque adoro la parte del empiece y del final y nos lo sirvieron a petición nuestra y con gran gusto. Estas dos partes tienen la mayor cobertura de mazapán, que es lo que más nos gusta de este postre tradicional segoviano, aunque en este caso parecía más azúcar que mazapán, vamos que las almendras son caras y los artesanos pasteleros abusan más del azúcar que es más barato. Tal vez los ponches se sirvieron demasiado fríos y aunque la excusa que nos dieron de estar en temporada de calor es perfectamente admisible, hay que reconocer que se pierde el sabor completamente. Y para terminar unos chupitos, invitación de la casa. Servidos muy muy fríos, como debe ser, pero de calidad dudosa. Es verdad que los licores han subido mucho de precio y que, como dice el proverbio, a caballo regalado no le mires el diente, pero, hombre, un buen cierre de comida dice mucho, de verdad, que uno se queda, con mal sabor de boca. Lo que sí quiero destacar es el magnífico servicio. Es verdad que el restaurante estaba vacío y la dedicación siempre es mayor en estos casos, pero la intensión de agradar se notó durante toda la comida y eso siempre es de destacar y de agradecer. Seguramente no volveremos pero salimos contentos, no sé muy bien si por el exceso de alcohol consumido o por que la comida, al fin y al cabo, estuvo bien. Seguramente fue por una combinación de ambas razones, que es la opción por la que me inclino más."