"Como cliente puedo acreditar, después de más de treinta años sin dejarme ver por allí, que las fórmulas más sencillas y honestas resisten el paso del tiempo. No he intercambiado ni palabra (salvo hablar del menú y pagar) con el dueño (supongo que heredero del o la fundadora) pero he observado varios detalles de los que te hacen sentir a gusto con EL HOMBRE. En poco más de media hora que estuve allí, llegaron una señora mayor que arrastraba con dificultad un carro de la compra y tras un breve (y creo que archiconocido por ambos diálogo, el dueño le entregó una bolsa con comida (destacaba una cola de merluza sin cocinar). Después una pareja con un perro que se agitaba alborozado nada más llegar la explicación surgió al poco rato en forma de bandeja de carne cuidadosame troceada y al punto según palabras del proveedor). Por último llegó un mochilero entradito en años que parecía venir de media vida de peregrinaje en donde surgió un gracioso cruce de palabras que parecía la encarnación de la parábola del hijo pródigo. Que lo pasé genial a pesar de las prisas y prefiero pensar que no me jugó una mala pasada la imaginación."