"No me apetece comer pesado, este calor me ha cambiado. Desisto de un entrecot bien conocido, y mis horizontes esta vez he expandido. Por eso en Sibil·la me dejo caer, para que me den de comer. Por una vez engullo comida saludable, porque mi colesterol es considerable. Pido un menú de dos platos y postre, y me sorprendió el coste. Se ve que en su definición de menú imbuida, la bebida no está incluida. Raro me parece, no sé a qué se acontece. Tal vez en los restaurantes sanos es su costumbre, a mí me causa mucha incertidumbre. Empiezo con un primero peleón, que me hace fruncir el cejón. El gazpacho de sandía se me atasca en el corazón, porque el sabor del pepino es una maldición. Maldito yo que no he recordado, que de su gusto me mantengo alejado. Lloraba por la comanda cometida, en un momento de imprudencia desmedida. Más me gustó la pasta con berenjena, que la barriga deja siempre llena. La cebolla estaba bien pochada, y se integraba en mi papada. El tomate era natural, y su acidez abismal. Bien de queso todo recubierto, lo ataco con mi tenedor hambriento. De postre tarta de queso con toque de limón, dulce y fragante como un achuchón. Me pareció falta de mermelada, pero como mínimo no era congelada. La comida no es nada del otro mundo, pero no daré un no rotundo. Es un local para comer sin pretensión de darse un tremendo atracón. Si quieren como en casa comer, tendrán que en Sibil·la comparecer. Yo le doy el aprobado, aunque el gazpacho he desechado."